lunes, 27 de agosto de 2012

El silencio sobre los muertos de Sta. Ma. Aztahuacán


El Universal, Pág. C1 y C2

Redacción


En Santa María Aztahuacán el miedo hace ciegos y mudos: aquí nadie ve nada, nadie sabe nada. En este pueblo de Iztapalapa el silencio es cuota impuesta por los delincuentes. Jóvenes, la mayoría, dedicados al robo en todas sus modalidades, y la venta de drogas y armas.

Por eso, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) no ha hallado un solo testigo dispuesto a ofrecer información para identificar a los responsables del asesinato de siete jóvenes la madrugada del 6 de mayo, en 20 de Noviembre y Ejército Nacional.

Allí quedaron los cuerpos de Carlos Josmar Araujo Espinosa, José Pedro Espinosa, Erick Hernández Silva, Adán Hernández Cruz, Víctor Manuel Mendoza, Patsy Monserrat Caudillo Espinosa y Brenda Nayeli Herrera. Todos jóvenes de entre 14 y 23 años, acribillados por las balas de cinco armas: dos de calibre nueve milímetros, dos .380 y una .32.

Dicen las autoridades que al menos dos pistolas están relacionadas con otros crímenes. Esta es la única información concreta que la PGJDF ha ofrecido sobre la averiguación previa IZP5/T2/1120/12-05, que hace tres semanas pasó de la agencia cinco de Iztapalapa a la Fiscalía de Homicidios. Hasta entonces, no hubo avances. Ni una persona dispuesta a declarar.

Aclaración: sí hubo un joven detenido la mañana del crimen, que al parecer ofreció pistas falsas. Trabajaba como carnicero en el tianguis de la zona y la policía lo detuvo porque lo hallaron cerca del lugar, con la ropa manchada de sangre. Estuvo bajo arraigo algunos días, pero lo liberaron por la falta de pruebas.

Familiares de los jóvenes asesinados aseguran que en su testimonio no reconocieron ni siquiera los sobrenombres con que el testigo identificó a algunas de las víctimas. Ellos, en cambio, han recabado testimonios, aportado nombres, alias, posibles móviles. Pero nada ha sido suficiente.

De la tradición a la violencia Santa María Aztahuacán es uno de los 16 pueblos originarios de Iztapalapa.

Fundado a la orilla de las aguas entonces vivas del lago de Texcoco, su nombre náhuatl lo identifica como el lugar de los que tienen garzas.

Aquí la gente todavía presume títulos de propiedad de la época de Moctezuma II y defiende su lealtad zapatista durante los años de la Revolución. Desde entonces hay armas, dicen, pero sólo tronaban los días de fiesta y para ahuyentar a invasores, que terminaron por desfigurar el rostro rural de esta zona de montes que pintó el Dr. Atl (Gerardo Murillo).

Hoy es un barrio que se extiende de manera irregular alrededor de su plaza, donde sobrevive la iglesia del siglo XVIII. Para los visitantes, el norte del pueblo es el reloj de Santa María. Allí, frente a su columna de piedra, ocurrió el ataque.

Tres cuerpos quedaron en los dos autos y tres más sobre el concreto. Dos murieron en la primera ráfaga, dos más intentaron correr y las balas los alcanzaron. Las muchachas permanecieron escondidas en un Volkswagen, pero volvieron por ellas cuando escucharon los gritos de Brenda. Soltaron contra ella 11 balazos y a Patsy la mataron de un disparo en la frente.

A esa hora, las calles de Santa María ya habían despertado. En una esquina estaba la camioneta del vendedor de barbacoa, que había comenzado a instalar su puesto, y una mujer barría las aceras. Ninguno quiso dar pistas. Es más, el vendedor no ha vuelto y en su lugar manda a un hermano. La mujer, incluso, dejó de trabajar. Nadie quiere problemas y familiares de los jóvenes comprenden: no viven en un lugar seguro.

“Hemos rogado a la gente que rinda su testimonio, que ofrezca alguna pista, pero nadie quiere problemas”, dice uno de los padres que ha intentado recabar testimonios. “Las dos veces que declaré ante el Ministerio Público los policías sólo me preguntaban si sabía algo más. Ellos no habían podido investigar nada”.

Por su esfuerzo saben que quizá fueron cuatro atacantes y viajaban en un auto. También investigaron que el último lugar donde vieron con vida a los muchachos fue en una gasolinera de la colonia Ejidos de Santa María, donde hay cámaras, pero nadie sabe si hubo imágenes.

Hay versiones de que uno recibió una llamada a su celular y salieron de la gasolinera con prisa hacia Santa María Aztahuacán. Allí estuvieron desde las 6:30 horas hasta las 6:50 que ocurrió el ataque. Los familiares presumen que esperaban a alguien, que los atacantes eran conocidos, y hasta barajan nombres.

La investigación

La prensa ha difundido al menos siete versiones sobre el crimen. Sin pruebas ni declaraciones oficiales, los medios han informado que los jóvenes bebían en la calle, que el ataque ocurrió tras la competencia de “arrancones”, o que habían protagonizado una riña, una noche antes, en una fiesta organizada por un vendedor de droga, donde celebraban al santo Malverde. También dijeron que el enfrentamiento fue entre ellos o causa de un incidente vial. Nada confirmado.

La PGJDF sólo ha atribuido el ataque al clima de violencia entre pandillas que predomina en Iztapalapa, donde presumen que operan entre 150 y 190 bandas, y hay al menos mil puntos de venta de droga al menudeo en las 140 colonias de la demarcación, según la investigación “Bandas juveniles. Estudio de la inseguridad pública: el caso Iztapalapa”, que elaboró Gerardo Flores Arnaud, del Instituto de Formación Profesional de la PGJDF.

A las familias también han llegado otros rumores: que algunos jóvenes formaban parte de una banda dedicada al robo y que los mataron por un ajuste de cuentas o el reparto de un botín. Ahora saben que uno, Adán, al parecer tenía relación con presuntos delincuentes. Uno de nombre José Luis Acevedo Rojas, El Cheché, quien salía con los jóvenes, pero el día del ataque no estaba con ellos, aunque hay quienes lo ubican ahí en algún momento. Él, sin embargo, ha jurado a los

familiares que nada tuvo que ver, y hasta estuvo en el velorio de Adán y Carlos Josmar, quien lo mencionó dos veces camino al hospital antes de morir. Las autoridades giraron una orden de presentación para El Cheché, pero “desapareció” y nadie sabe dónde está.

El Cheché tenía antecedentes penales. El 6 de febrero de 2009 la Policía Federal detuvo a 5 miembros de una “peligrosa banda” que había robado un tráiler en la Central de Abastos. Entre los detenidos estaba Acevedo Rojas, de 21 años.

Hay también un testimonio de que en el velorio de Adán una persona recibió una llamada de alguien identificado como El Puchis, quien le advirtió que saliera de allí porque iba a regresar a rematar a otros. La persona ya declaró y con un acta en la mano aseguró que habían robado su teléfono.

Las familias creen que el ataque tuvo como origen una venganza contra José Pedro, a quien habían amenazado 15 o 20 días antes de su muerte, por no dejarse robar su Pointer.

Al parecer fueron tres jóvenes encabezados por Ángel García Rosas, El Cerillo, quienes lo golpearon, le dieron un cachazo en la cabeza y lo amenazaron de muerte. De acuerdo con las versiones, le advirtieron que lo matarían a él y a su primo Carlos Josmar si volvían a encontrarlos por Santa María.

García Rosas al parecer también tiene antecedentes penales. Al menos una persona del mismo nombre y edad fue detenido el 27 de octubre de 2010 en un asalto a un restaurante en Pantitlán.

Por su relación con García Rosas, también se ha mencionado a Rafael Rodríguez, El Rafa, preso actualmente en el Reclusorio Oriente por robo, detenido un mes después del asesinato.

La marginación

Todas las víctimas conocían a El Cerillo y El Cheché, pero ninguna tenía antecedentes delictivos.

Patsy era estudiante de quinto semestre de Bachilleres. Carlos Josmar trabajaba en un microbús; José Pedro ayudaba a su padre en el área de limpia y transporte de la delegación Benito Juárez, lo mismo que Erik en Iztapalapa, en un carro recolector de basura. Víctor Manuel al parecer trabajaba en una empresa de seguridad y Brenda, la menor de la víctimas, de 14 años, estudiaba secundaria.

Adán, recién había salido de un centro de recuperación para alcohólicos.

Habían salido a bailar y las chicas tenían permiso de volver a las 3 de la mañana, seguras sus familias de que nada podía pasarles con sus primos y amigos.

Todos los conocían; hace más de 30 años sus familias llegaron a esa zona bordeada por las colonias Ejército de Oriente, Vicente Guerrero y Santa Cruz Meyehualco, donde el desempleo, la falta de oportunidades y la delincuencia tejen historias de jóvenes. Muchos dedicados a vender droga, vigilar narcotienditas o robar. Infunden miedo y por eso los vecinos vuelven la vista, guardan silencio y confían en no ser las siguientes víctimas.

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